¿Has conocido alguna vez a alguien tremendamente perfeccionista; la típica persona que casi nunca está conforme con los resultados, exigente y estricto consigo mismo y los demás? Pero… ¿por qué actúa así el perfeccionista?, ¿cuáles son sus necesidades?, ¿qué le lleva a buscar siempre la “perfección”?
Aquí encontrarás las claves más importantes para reconocerlos y tratar con ellos.

Manolo 33 años delineante: “en mi trabajo soy muy perfeccionista, me paso horas y horas diseñando planos , cuando me hacen un encargo invierto mucho tiempo hasta estar seguro de que todo está calculado y que las medidas encajan a la perfección. Quiero que mis clientes estén satisfechos, reconozco que empleo mucho tiempo sin ser necesario pero no puedo evitarlo. Me gusta estar seguro de lo que hago, así me siento satisfecho en mi trabajo”.
Manolo disfruta de su trabajo pero a veces, esta actitud se convierte en un arma de doble filo. Su propio afán por hacer las cosas “bien” le hace estar excesivamente tenso en situaciones que no lo requieren.
Se exige constantemente a sí mismo para demostrarse que es capaz, que es un buen profesional. Sus permanentes críticas bloquean su entusiasmo y merman su motivación en el trabajo, haciéndole sentir una tremenda inseguridad.
¿Por qué actúa así el Perfeccionista?
El perfeccionista a pesar de las apariencias, es un tremendo inseguro. La búsqueda constante de la perfección le lleva a la obsesión por tener el control de las cosas con la ilusión de que así será reconocido. Ve en su conducta una forma de alejarse de la mediocridad, cree que él debe ser perfecto para que los demás le acepten. Si comete algún fallo, su autoestima se viene abajo. La rigidez de su conducta es un intento de ocultar su imperfección.
Le resulta muy difícil reconocer sus errores. Su complejo de parecer torpe, incapaz o indigno de ser querido, le impulsa a perseguir la perfección para obtener reconocimiento social. Teme anticipadamente el rechazo de los demás por eso, reacciona a la defensiva y se irrita ante la más mínima crítica.
El problema de ser perfeccionista está en que, todo lo que no sea perfecto le desagrada. Un perfeccionista es sólo momentáneamente feliz.
“Nada merece hacerse a menos que sea perfecto” es el lema del perfeccionista. Su comportamiento se rige por pautas altamente exigentes, está obsesionado por conseguir la excelencia en todo lo que hace. Cree que la vida es el arte de hacer un dibujo sin goma de borrar.
Fiel al lema:”Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa”, es un obseso de la organización. Lo escribe todo porque ha perdido de vista el objetivo principal. Sus relaciones personales resultan muy conflictivas, nadie es capaz de satisfacer sus expectativas y exigencias. Siempre espera de sí mucho más de lo que es razonable.
Reconoce a tu Perfeccionista
Mírate al espejo y fíjate bien, hazte estas preguntas: ¿soy perfeccionista?, ¿por qué actúo así?, ¿qué me asusta?
Analiza por un momento cómo actúas en tu vida diaria, ¿eres muy exigente contigo mismo?, ¿en qué momentos no soportas los errores?, ¿cómo te tratas?.
Es importante reconocer esta parte de nosotros, moderar nuestras exigencias y tratarnos con mucho más cariño, apoyo y comprensión.
Si sabemos que no se dan ni las relaciones, ni las acciones, ni las personas perfectas seremos más felices en nuestras vidas.
Es cierto; ¡la perfección no existe!, todo el mundo tiene limitaciones. Yo soy imperfecto y mis circunstancias también lo son.
La búsqueda de la perfección es un gran error que nos lleva a sentirnos frustrados continuamente, pero eso no significa que no nos esforcemos por hacer las cosas lo mejor posible.
Comprometámonos a ser tolerantes con nosotros mismos.
Aceptar que en el camino podemos tropezar, equivocarnos y rectificar , es la manera más saludable de conseguir lo que nos proponemos.

¡Quiero que salga todo Perfecto!
Gema 30 años, directora de ventas de una importante multinacional:
“Yo, en mi trabajo soy muy perfeccionista, necesito sentir que estoy haciendo las cosas bien, que consigo mis objetivos comerciales. Todo el tiempo que le dedico al trabajo me parece poco. Siento que no debo perder ni un minuto en “tonterías”, como cualquier cosa rápida y ya estoy activa, siempre pendiente de todo y resolviendo los imprevistos del momento.
Así es mi vida y cuando llego a casa, estoy agotada pero tengo la sensación de que podía haber hecho más y mejor las cosas. Esto me produce una angustia y frustración muy grande. No sé, es la sensación de que haga lo que haga, nunca tengo bastante, me pido, me exijo más!”.
Gema representa fielmente el típico perfil del perfeccionista, insatisfecho en cualquier aspecto de su vida, aunque dedique todo su tiempo y energía a sus objetivos personales y profesionales.
Las personas perfeccionistas piensan equivocadamente, que la única forma de demostrar que valen es a través de sus esfuerzos constantes aunque eso suponga un sufrimiento y les lleve a sobrepasar sus propios límites hasta el agotamiento.
En lo más profundo de su psique el perfeccionista no cree en sí mismo, piensa que no es lo suficientemente bueno. No valora lo que hace y todo le parece mejorable. Se exige constantemente retos cada vez más difíciles y aún así, no tiene bastante.
Como si de una droga se tratara, la actividad se convierte en la única forma de demostrase a sí mismo que vale.
Padres exigentes
Detrás de estos comportamientos recurrentes existe una gran necesidad de afecto. Una dependencia emocional muy fuerte de los demás que es imposible sustituir con el trabajo u otras ocupaciones externas.
En general los perfeccionistas crecen en ambientes familiares escasos de atenciones y demostraciones de afecto. Suelen tener padres exigentes o ausentes de elogios y reconocimiento hacia ellos.
Con padres perfeccionistas el niño puede percibir que el amor que le dan está condicionado por sus éxitos, el mensaje que recibe es: “sólo tendrás cariño si triunfas”. De esta forma la confianza del niño se crea en base a los resultados y coherente a la idea: “ si consigues lo que te propones eres bueno y tendrás éxito si no nada podrá remediarlo, serás un desastre”.
La confianza en uno mismo debe permanecer inalterable en nuestro interior, alcancemos o no nuestros objetivos. Sólo confiar cuando conseguimos lo que queremos, nos convierte en frágiles marionetas vulnerables a los inevitables contratiempos de la vida.
Reconocer nuestras equivocaciones y aceptar que las cosas no salieron como estaban previstas, nos permite disfrutar y valorar más lo positivo. Debemos proteger lo esencial; nuestra estima, y motivarnos para mejorar en la próxima ocasión.
Ten en cuenta:
Cuida tu autoestima.
Sé consciente de que mereces un tiempo y espacio para tí. Cada persona tiene una vida única y un camino que recorrer.
Aprender a amarse, es aprender a escucharse y respetarse.
También es comprender a los demás, respetar sus procesos, necesidades y establecer relaciones justas.
Reconoce tu valía.
No se trata de hacer infinidad de cosas hasta llegar al agotamiento y demostrar así a los demás que vales, para tener su reconocimiento. La verdadera valoración incondicional está en uno mismo y sólo llega cuando dejas de luchar contra tí y el mundo.
Cuida y déjate cuidar.
Incorporar el cuidado mutuo es fundamental en las relaciones personales. Se trata de dar, y aprender a recibir.
Acepta tus propios límites.
Reconoce que no siempre puedes estar a disposición de los demás. Tú también tienes días malos y necesitas tus momentos de tranquilidad.
Es importante encontrar el equilibrio entre los demás y uno mismo. Practica la escucha interior y reconoce tus necesidades.
La vida no es perfecta. ¡Afortunadamente!
Todos tenemos derecho a equivocarnos, aprender de nuestros errores y rectificar cuando sea necesario, tú también.
Es imposible controlar cada uno de nuestros actos para conseguir el resultado deseado. Esta rigidez te impide disfrutar del momento.
Fluye con los acontecimientos y disfruta del presente. Asume los imprevistos con humor y deportividad. ¡Verás que con esta actitud la vida tiene otro color!
Deja una respuesta